Por Infranich
La primera jornada de la God Level, mundial por equipos, trajo todo un debate sobre la noción de hip hop y las batallas. El trasplante de una cultura nacida en la calle a un ámbito masivo y a las leyes del mercado supone una serie de modificaciones y conflictos. En esta nota voy a repasar algunos conceptos acerca del hip hop como mecanismo de resistencia en su devenir histórico.
Hip hop vs. freestyle
Buscar diferenciar estos términos es fundamental para entender el espíritu del movimiento; pues, si bien un público general suele usarlos como sinónimos, para la mirada interna son cosas demasiado disímiles: el hip hop es previo tanto al rap como al freestyle; el hip hop es la cultura, el espacio de reunión, la plaza, pero también la identidad, el credo. En estos años de éxito masivo es común escuchar a muchas figuras del movimiento acusando a otro de “no ser hip hop”, sugiriendo que muchos pueden copiar el acto de improvisar sin respetar sus principios y valores.
Esta queja conservadora intenta perpetuar un tesoro que la masividad pone en jaque: “el hip hop es cultura, no dinero; el hip hop somos nosotros en plural y no cada uno por separado; el hip hop es una ética, un legado que nos cambia la vida y no una mera moda”. Sin embargo, cuando intentamos indagar sobre el significado de este concepto, no es extraño que para todos los que lo usan parezcan tan evidentes que no lo puedan definir.
¿Qué es ser hip hop? La respuesta suele ser una mirada. ¿En serio, qué es? Alguien, tal vez, intenta hablar del respeto y las cuatro ramas; Otro, seguro, habla de una quinta que es el saber, el deseo, las ganas de prosperar. ¿Pero, qué es? Los antropólogos hablarían del pasaje de la violencia a la cultura, los sociólogos de un espacio político de reconocimiento, los psicólogos de una forma del deseo, y como tal, huidizo a las definiciones que lo cosifiquen.
Lo más interesante, quizás, es quedarnos con la exclusión como gesto, la definición por la negativa: “esto no es hip hop, a lo sumo es rap, a lo sumo es freestyle”. Pues, desde esta visión, la cultura tiene una resistencia a ser copiada y, acá, en esta tensión, aparece un punto interesante para pensar la dicotomía de términos: el mercado en general, las redes como YouTube que filman y difunden las batallas, las marcas como Batalla de los Gallos que las utilizan para posicionar su producto pueden robarse el tesoro pero no el cofre. Más allá de que esta fantasía anti mercado sea algo más que una fantasía, de que este intento de separación sea posible, lo cierto es que la cultura -como también pasó con el rock– no es un producto sumiso o, al menos, no lo es simplemente. Quien escucha reggaeton o música disco no espera de la música más que una excusa para bailar; en cambio, el que escucha rapear espera mucho más que eso.
Desde esta perspectiva, ser hip hop es sostener esta negación: resistirse, conservar el secreto aunque el mercado al insertarlo en su maquinaria intente redefinirlo. Así, las empresas pueden utilizar al rap para que suene en sus redes; y a las batallas, para idiotizar a las masas, pero hay algo que se desvirtúa, algo que falla, dirá este concepto. Un criterio menos conservador, posiblemente, hable de la evolución que implica para la cultura hip hop la inserción a la cultura de masas. Desde este otro ángulo, la popularización no implica una pérdida sino un proceso de profesionalización en la cual ese mensaje original puede llegar a una mayor cantidad de público y, a su vez, a una cantidad de engranajes -críticos, periodistas, docentes- que potencien ese impulso inicial nacido en el barrio.
Volviendo a la distinción del inicio, cuando alguien dice que otro es un freestyler y no es hip hop quiere decir que no comulga con los valores de ese movimiento y, un paso más allá, no transitó la experiencia de haber pertenecido a ese período en la cual se aprendía al amparo de la amistad y enemistades de una plaza; en la cual, además de rimar, se hablaba, se compartían problemas concretos; en definitiva, donde se forjaba una cosmovisión del mundo distinta a la propuesta por las instituciones (escuela, televisión, iglesia, etc). ¿Es posible sostener este espacio? ¿Es posible desmantelar la experiencia directa? Existe ya una cuarta generación de MCs que parecen más formados en las redes que en las plazas ¿El hip hop puede sobrevivir a la masividad? ¿Puede conservar sus valores? ¿Puede sostener su punto de partida de ser el deseo de cultura de los condenados a no tenerla? Algunos responderán que sí, otros que no, lo interesante es que el hip hop fue la palabra de los que no tenían otro modo de hablar y, todavía conserva, indaga directamente a quienes intentan conocer su historia.
Hip hop vs Rap
Una paradoja continuada del devenir de la cultura es el choque dialéctico entre el hip hop como espacio sociológico y el mercado como modelo de producción y distribución de los contenidos generados en el ghetto. En solo siete leguas, dice el teórico Jeff Chang, nace todo el fenómeno y sus cuatro ramas: breakdance, MC, graffiti y DJ; luego, solo luego, un productor decide grabar y comercializar los contenidos emergentes en la endogamia del Bronx. Con la grabación de Rapper´s Delight aparece el rap como género y rótulo de venta, pero lo hace a espalda de la vieja escuela, del fenómeno real.
Por esto, para muchos teóricos en este evento nace la primera diferencia: hip hop es la cultura: una serie de prácticas sociológicas y de valores; y, el rap -en cambio- como un género de mercado ajustado a esta dinámica externa al movimiento. Hablamos de paradoja porque el mercado permitió que ese fenómeno local hiciera metástasis y se reprodujera en infinidad de barrios dispersos y distantes, no sólo en Estados Unidos sino en todo el mundo. De este modo, si bien conservó su dinámica cerrada y de valores, nació de lo abierto y frío (económicamente hablando) de esa metamorfosis.
En este sentido y a pesar de que el capitalismo fue el contexto de propagación de esa cultura: la gasolina para esa chispa que quizás se hubiera consumido en su propio suelo, el hip hop se resistió -una y otra vez- a ser tomado como mera mercancía; pues, en cada una de las plazas que se volvió a dar esa dinámica supuso el nacimiento de una serie de vínculos e ideales que transmitían una cosmovisión general sobre el mundo y una casi ética de cómo moverse en éste.
Según Nuria Vila el hip hop es un código emergente en una sociedad excluyente; es decir, un modo de actuar, de hacer visible en esta manifestación social una serie de voces en un contexto que las invisibiliza. De este modo, oponiéndose a un código que podemos llamar “Decente” y refleja los valores de los adolescente favorecidos por el sistema, las reglas de “hip hop” surge en oposición a estos como una búsqueda de reconocimiento, de visibilidad: primero, del par inmediato; luego, del entorno en general.
Hip hop vs Cine
8 mile, la película que cuenta la vida de Eminem es fundamental para la propagación del movimiento en Latinoamérica. En ésta aparecía la imagen de las batallas dentro del ghetto y fue tan exitosa que, unos años después, Batalla de los Gallos tomó esas escenas finales para pensar una competencia.
A pesar del fanatismo que despertó, no deja de llamar la atención que aparezca un mapa social invertido: en la película el blanco es discriminado por los negros, pero éste no se rinde y, finalmente, logra imponerse en ese mundo extraño. Más allá de que pretende ser una historia verídica, el cine construye un relato en el que los blancos -una vez más- se imponen en el mundo de los negros. Eminem no sólo es el blanco que rapea como negro, sino también un signo de cómo el cine se roba el género y lo trasplanta a otra esfera.
Escena de la película 8 Mile de Eminem (der.)
Lo llamativo, en este contexto, es que, a pesar de que Hollywood metió sus dedos, el mensaje del hip hop resistió estas deformaciones y volvió a florecer en otros suelos. De algún modo extraño los espectadores de la película se preocuparon por investigar el origen, las cuatro ramas, por entenderlas y, finalmente, por imitar los valores originales; así, pronto creció la cultura en distintas plazas de España y Latinoamérica. Y no sólo esto, sino que lo hizo con algo del espíritu original, es decir: como una serie de prácticas sociales, un modo de pensar el mundo y una ética de respeto en relación al otro.
En este sentido, el hip hop ha resistido a varias embestidas de la industria, a varias deformaciones, incluso, ha salido favorecido en tanto que se ha propagado y ha llegado a más personas que han cambiado su vida, porque ésta parece -no digo que deba ser, digo que es- su marca: pues, antes que nada, el hip hop es para su interior, para los que lo practican, un sistema ético, una serie de valores alternativos a la moral capitalista. Un sistema de valores en la cual el respeto, el reconocimiento del otro es su punto nodal. Esto es clave, pues, la finalidad de una batalla es alcanzar el respeto del grupo, tanto es así, que se puede perder un enfrentamiento y alcanzar, a pesar de esto, el respeto.
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